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miércoles, 25 de mayo de 2011

An Education

En qué se convertirá...
Jenny tiene 16 años, es una estudiante prometedora que sueña con fumar cigarros rusos, con las canciones de Juliette Greco y con la bohemia vida parisina. Quiere ser francesa, en definitiva. Su futuro, sin embargo, está en Oxford, donde su aburrida existencia en la conservadora Inglaterra de posguerra ─estamos en 1961─ se volverá más gris si cabe desarrollando la carrera de Literatura. Todo cambia cuando conoce a David, encantador, amable y simpático, sorprendentemente capaz de encandilar a sus padres y que, gracias a su adinerada situación y a doblarle de largo la edad, puede introducirla en un mundo de restaurantes, conciertos y subastas fascinante y desenfadado. Y así la muchacha, enfrentando posiciones, sentimientos y decisiones, recibirá una educación ─traducción literal del An education original, título curiosamente respetado en nuestro país─ en la escuela de la vida, en la que no hacer preguntas tiene consecuencias inesperadas.
En un momento austero y complicado, en el que las islas tan sólo vislumbraban en la lejanía el color y la alegría que llegaría unos años más tarde, la película, presenta una especie de Lolita reaccionaria ante su propia situación, consciente de su inteligencia, de su coqueto atractivo, de sus mismas intenciones y aspiraciones una vez conoce a su encantador pero inapropiado pretendiente. Su aparición en escena alerta al espectador sobre sus miras, aunque el camino que desarrolla la historia ─no es un temible pervertido, parece, tan sólo un vividor que quiere compartir sus experiencias─ no se suma a las oscuras pautas que se le pueden suponer a priori. La peculiar dimensión moral en la que vive el treintañero desconcierta la percepción que el palco puede tener acerca del viaje en el que se sumerge la chiquilla, aparentemente más madura incluso que sus nuevos compañeros de rutina; el encorsetamiento educativo que recibe en su propio hogar y en su colegio privado femenino convierten la revoltosa pero superflua realidad que descubre en una verdad indiscutible y atrayente, sin peligros aparentes en lo emocional o en lo físico por la propia seguridad y entereza, un tanto improbables dado el entorno en el que se ha desarrollado hasta el momento, que luce la figura central.
Pero el propio ambiente en el que se desarrollaba la vida en los primeros 60 británicos acaba supurando en cierto modo desde el conjunto de la obra, que queda inevitablemente fría y distante a la hora de mostrar los sutiles excesos en los que, tan sólo de pasada y sin consecuencias profundas, cae la joven protagonista. Tan sólo unos años más, y Jenny habría sido una de tantas chicas que abordarían con pasión los camarotes que ocupaban los piratas de Radio Caroline. Habría sido más divertido, aunque no très chic

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